jueves, 7 de junio de 2012

HARDWARE, PROGRAMADO PARA MATAR (1990)

Vamos con la última de las tres películas de la sesión maratoniana de este Phenomena de temática robótica. Como comentábamos antes, la presencia del director de Hardware, Richard Stanley, en el Cine Urgel, fue todo un detalle por parte de la organización siempre atenta a los pequeños detalles que marcan la diferencia, convirtiendo estas sesiones en toda una experiencia más allá de ver simplemente unas películas en pantalla grande. Me sorprendió positivamente ver que se mostró muy cercano y accesible con el público siendo posible acercarse para charlar con él sin problemas tanto en los descansos como al finalizar la maratón. En la pequeña entrevista que le hizo Nacho Cerdá nada más comenzar la sesión, quiso destacar la visión de ese futuro terrible que se refleja en la película y que hoy en día con multitud de conflictos por todo el mundo, un deterioro del medio ambiente alarmante y en medio de una crisis mundial que parece no tener fin, según él todo parecía tener más vigencia que nunca. Aquí tenemos una obra que concibió con apenas 23 años y que fue su debut cinematográfico, ya que hasta entones se había dedicado a dirigir videoclips mayoritariamente, una cinta que respira pura serie B de ciencia ficción post-apocalíptica nacida de la adaptación del cómic Shok!. Hasta ahora he de reconocer que no la había visto y de hecho desconocía incluso su existencia, por eso me sorprendió que estuviera considerada como una obra de culto de ciencia ficción. De esta forma encaré con ganas ese final de sesión que al menos prometía emociones fuertes, pero quizás fuera por la hora, que ya llevábamos dos grandes películas del tirón y que tal vez había puesto mis expectativas un poco altas, la verdad es que salvando su arranque y ciertos momentos más o menos elogiables, la película me decepcionó.

Buscando restos con los que comerciar en la zona radiactiva

La historia nos sitúa en los Estados Unidos en pleno siglo XXI, en el que el planeta se encuentra devastado por algún tipo de catástrofe nuclear, la humanidad a duras penas sobrevive como sociedad, cada vez más abocada a las restricciones, privaciones y más expuesta a enfermedades a consecuencia del mal estado del medio ambiente. Moses (Dylan McDermott) es un explorador que se dedica a viajar hasta la Zona Radiactiva buscando viejos restos re-aprovechables que pueda vender a alguno de los comerciantes de la ciudad, precisamente en el local de uno de ellos adquiere los restos de un robot a su regreso a la ciudad, y se los acaba regalando a su novia, Jill (Stacey Travis) que se dedica a hacer esculturas y obras de arte con este tipo de restos.Ninguno de ellos puede imaginarse que esas piezas pertenecen a un robot denominado M.A.R.K. 13, capaz de auto repararse y con unas inclinaciones asesinas más propias de un psicho-killer que de una máquina. De esta forma en el apartamento de Jill, el robot empieza a aterrorizar a todos los presentes, demostrando ser un engendro despiadado y muy eficiente a la hora de acabar con la vida de todo aquel que se cruza en su camino.


Llama la atención que en el cartel de la propia película se le pusiera la etiqueta de "Terminator de los 90", cuando pienso que casi no guarda ningún paralelismo con la obra de James Cameron. Mientras que Terminator nos contaba la revolución de las máquinas en el futuro y el envío de una de ellas al pasado con la finalidad de acabar con la vida de la madre del líder de la resistencia en el futuro, aquí descubrimos la existencia de los restos de un robot en medio del desierto, tratándose de un prototipo usado en alguna de las guerras que llevaron al planeta a la situación actual. Supongo que esto fue utilizado como gancho comercial y no hay que buscarle más explicaciones.
Escena gore con toque de viaje psicotrópico...
Comentaba más arriba que la película tiene buenos momentos, es verdad, pero son demasiado pocos y están dispersos a lo largo de una obra irregular, con un ritmo que va a trompicones y que termina por hacerse larga. Es interesante el arranque con los nómadas en el desierto buscando restos que vender luego, con esa tonalidad rojiza del cielo y una música country que le da cierto aire a western que contrastan con las imágenes de lo que sería una ciudad totalmente industrializada, dando esa idea de un mundo apocalíptico. También destaca la presencia de Iggy Pop como Bob el Rabioso, siendo la voz que comunica a los ciudadanos las noticias diarias: el estado de las restricciones, contaminantes, etc...
De igual forma, durante el primer tercio del film estamos expectantes pendientes del despertar del robot, al imaginarnos que tiene que ser el punto en el que empieza todo lo bueno, no obstante una vez superado ese momento, tenemos muchas escenas carentes de ritmo entre ataque y ataque, haciendo que lastre enormemente la película en cómputos globales. Personalmente el mejor momento creo que nos lo regala el vecino obeso que espía a Jill con un telescopio desde su ventana, y su posterior visita auto invitándose a entrar, un personaje pervertido y desagradable pero que de verdad logra en los pocos minutos que sale, ganarse nuestras simpatías, una lástima que no tuviera un mayor protagonismo, pues de largo es el más destacable dentro de un reparto que en general no están muy acertados en sus interpretaciones, bastante planos, desganados e insulsos todos ellos, donde el amigo sonado de Moses, con las gafas de sol es patético.

A la derecha Richard Stanley y en medio Nacho Cerdá visitando la exposición robótica
Es curioso el aire que se respira en la película que más que una cinta de ciencia ficción, tras el despertar del robot, casi toma los esquemas de la típica película de terror, con el asesino escondido y haciendo sus apariciones para acabar con el primero que se cruce en su camino.
Haciendo ahora mismo la crítica y con el tiempo que ha pasado desde que la vi, me viene a la cabeza una mejor sensación de la que recuerdo en el cine, sobre todo en la parte final que entonces se me hizo realmente larga, donde la película puede llegar a parecer un viaje cargado de psicotrópicos y un tanto pretenciosa en su cierre, mezclando música operística con unas imágenes muy discotequeras.
Con todo es una película que resulta interesante para descubrir, a la que hay que valorar teniendo en cuenta su bajo presupuesto (alrededor de 2 millones de dólares), destacando sobre todo por esa ambientación malsana y que puede recordar un poco a la de Blade Runner (salvando las enormes distancias con ésta, claro), con una amalgama de géneros difícil de clasificar, a la que se le tiene que agradecer que se salga de lo previsible y convencional, y que vista en buena compañía puede ser toda una experiencia. Esto último os prometo que es innegable.


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