viernes, 13 de octubre de 2017

FESTIVAL DE SITGES 2017: DIA 7

Es el turno de abordar una de las proyecciones más contundentes y angustiosas de la semana, la co-producción franco-británica "A prayer before dawn", del parisino Jean-Stéphane Sauvaire. En su búsqueda continua de plasmar realidades incómodas, el francés apunta ahora su objetivo hacia la figura de Billy Moore, un británico que luchó por sobrevivir en una infernal cárcel tailandesa, tratando de canalizar su horror personal a través de la práctica del deporte, en este caso el boxeo.
Despojada de cualquier lubricación comercial, el film literalmente nos sumerge en su aterradora realidad, llena de injusticias, torturas psicológicas, violencia y muertes. Un auténtico descenso a los infiernos en una lucha por salir vivo de la que seguramente sea la peor prisión del mundo, donde las leyes internas son escalofriantes (el suicidio es algo habitual), se comparte celda (por así llamarlas) con medio centenar de peligrosos presos amontonados y apenas existe higiene. Un verdadero calvario al que Moore, encarcelado por posesión de drogas, tuvo que hacer frente.
Un drama intenso, incómodo y durísimo, como pocos he visto, tratando con mucho rigor sus experiencias y sin recurrir a ningún tratamiento suavizador, recreando escenas que se sienten desde la butaca como un auténtico puñetazo al estómago, compartiendo las atroces vivencias que allí sucedieron.
Con los diálogos justos y unas potentes imágenes, "A prayer before dawn" no está en absoluto diseñada para tener apenas recorrido comercial, sino casi como un grito de socorro usando su cine como herramienta para reclamar derechos humanos básicos, señalar el abuso de autoridad y hacernos reflexionar sobre el poco valor que tiene tu vida en lugares como ese.


Sauvaire es completamente coherente con la elección de su puesta en escena, siendo agresiva y sin concesiones, por momentos mareante, a veces molesta, con el claro objetivo de conseguir meternos en esa atmósfera opresiva y frustrante, llena de sangre, odio e inmundicia, tanto social como física, que allí se respira. Recurre acertadamente a no subtitular la mayoría de diálogos en tailandés en el interior de la cárcel, para así estar obligados a compartir el miedo y soledad de Moore en toda su aspereza y no cometer el error de musicalizarla como si del típico film de prisiones se tratase, dándole un tratamiento sobrio e incluso rácano al apartado sonoro.


Un trabajo difícil, realista, con cierta esencia documental, donde las escenas de lucha están en un segundo plano, y que sin duda no será plato de buen gusto para muchos, aunque lo será, y con la etiqueta de cinta de culto, para otros.
(Redactado por el apolíneo Jesús Álvarez).

La vida de Jeffrey Dahmer, conocido en EEUU como "El carnicero (o caníbal) de Milwaukee", ha dado lugar a diversos documentales, películas, libros e incluso una novela gráfica, y es uno de los asesinos en serie más despiadados y tristemente famosos de la historia reciente.
Dahmer, prematuramente alcohólico, de sexualidad reprimida y del todo inadaptado, asesinó, troceó, violó, y a veces se merendó, al menos 17 hombres (la mayoría jovencitos), entre 1978 y 1991. Sentía un incontrolable impulso de consumir carne joven, pues eso le provocaba sus mejores erecciones, y después hervía sus cráneos para coleccionarlos en forma de cuencos, para sentirse más cerca de sus "favoritos".
Condenado a 15 cadenas perpetuas e irónicamente asesinado por un preso mientras cumplía su pena con tan sólo 34 años, Jeffrey Dahmer sigue siendo un caso a estudiar a día de hoy, provocando naturalmente la repulsa del mundo entero pero también fascinando a otros tantos, atraídos por este sociópata de tan desquiciado cerebro.
Ahí es cuando aparece el dibujante Derf Backderf, ex-compañero de Jeffrey durante la escuela e instituto, que poco tiempo después de la muerte del citado carnicero, creó una novela gráfica sobre sus años de estudiante, consiguiendo muy buena acogida crítico-comercial y dando lugar, en este 2017, a su traslación cinematográfica de la mano de Marc Meyers, que nos presentó el film él mismo en el marco del Festival.
Si bien la figura de Dahmer ya había tenido una adaptación previa protagonizada por Jeremy Renner en 2002 titulada "Dahmer, el carnicero de Milwaukee", ésta no consiguió sino repasar de manera burda y con brocha gorda ciertos episodios aislados de sus homicidios, señalando tan sólo algunas ideas simplistas sobre su psicológia y quedándose en la mera anécdota de lo escabroso, siendo un film mediocre y sin mayor interés.
La nueva versión, obviamente comprendida en los años de instituto que repasa la novela, seduce más por su amplia perspectiva psicológica, siempre tratando de enfocar su trastocado comportamiento social con cierto respeto y humor, pero a la vez con sentido de la responsabilidad crítica, esquivando aspectos excesivos y sugiriendo más que mostrando (como en la acertada y enigmática secuencia del coche, con Jeff y sus manos manchadas de "pintura"). Lamentablemente el patetismo del personaje se adueña del film allá por su meridiano, y acaso ahí se debilita, pues se detiene demasiado en subrayar algo que, por repetirlo, nos termina agotando.

La novela original

Podríamos decir que la película funciona razonablemente bien debido a que ya sabemos de antemano quién es el personaje, pues de lo contrario, sólo se apreciará un film más sobre nerds de instituto haciendo sus mongolidades y palpitando sexo.
Se agradece el esfuerzo del cineasta al frente por rodar en la verdadera casa de Dahmer, su barrio real y retratar lo más rigurosamente posible su situación familiar (su madre salida de un manicomio, padres al borde del divorcio...), incluso el uso de la música acorde a sus gustos originales, pero la película no alcanza mayor entidad que la de ser una adaptación curiosa y medianamente entretenida de una novela gráfica, restándole cierta personalidad y por supuesto, originalidad.


(Redactado por la mente más despierta del blog, Jesús Álvarez).


En 2012, la ópera prima de un joven director dio el taquillazo en los cines coreanos con una propuesta que daba una nueva vuelta de tuerca al thriller del país del soju.
Confession of murder se apartaba de la seriedad y crítica social de Memories of murder o del gore sucio e incómodo de The Chaser (por citar los referentes máximos de la mayoría de thrillers coreanos), por ofrecer directamente un espectáculo pop paródico e imposible, y que él mismo parecía burlarse de los patrones y giros rocambolescos de guión de sus predecesoras y pálidas imitaciones. Confession of murder, pese a no ser un film memorable, se antojaba entretenido y descerebrado. La casualidad dio que pudiéramos coincidir dos veces en el mismo día con su director,  Jung Byung-Gil, ya que no solamente para matar el rato asistimos a la proyección en Brigadoon de la ópera prima de Byung-Gil, sino que a la noche el director hizo de nuevo acto de presencia para la proyección de La villana, la última sensación del cine coreano.
La villana explota con creces el gusto de su director por las escenas de acción. El film venía precedido de excelentes comentarios debido precisamente a eso. Con ecos de Nikita y el thriller de acción más seco de Corea, La villana es un film que si bien alucina con sus set pieces de acción (su inicio en primera persona es un arranque impresionante), es una película que se antoja alargada en exceso, con una trama romántica y lacrimógena mezclada con venganzas varias y con muchos altibajos. Está excelentemente rodada, con una interpretación descomunal de Kim Ok-Bin, que para quien sigue el cine coreano desde hace muchos años era la fantasma adolescente de Whispering Corridors: Voice (2005) o la sexual vampira de Thirst (2008).


Como hemos dicho, se beneficia de sus escenas de acción (3 ó 4 verdaderamente memorables), las cuales están rodadas con un pulso y una magia alucinante con la cámara, atravesando recovecos imposibles (¿alguien me puede decir como han filmado la lucha en motos?).
El resto: una organización que entrena asesinas (todas bastante atractivas, claro), el amante resucitado, el love-affair de la protagonista con su vecino y la venganza por encontrar al asesino de su padre… son tramas más bien poco interesantes, simpáticas pero en exceso alargadas. Pese a todo, La villana es un film espectacular, salvaje y adrenalítico en sus escenas de acción, y que bien vale la pena un visionado.
(Redactado por el responsable de todo lo bueno que le pase a este blog, Adrián Roldán)


Entre 1989 y 1990, un escurridizo asesino en serie se las ingenió para acabar con la vida de 10 mujeres a pesar del acoso policial al que se vio sometido, en especial por parte del insistente detective Choi Hyung Gu (Jung Jae-young) al cargo del caso, quien a punto estuvo de atraparle antes de que desapareciera definitivamente todo rastro de él. Han pasado más de 15 años desde entonces y los crímenes ya han prescrito según la ley coreana. De forma sorprendente hará aparición Lee Doo Suk (Park Si-hoo) quien confiesa ser el autor material de los asesinatos aprovechando la presentación de un libro que ha escrito donde explica con todo lujo de detalles lo acontecido al respecto del caso, convirtiéndose al instante en un éxito de ventas sin precedentes. Esta situación creará un enorme revuelo en la sociedad, por un lado los familiares de algunas de las víctimas que verán la oportunidad de vengarse del asesino que les arrebató a sus seres queridos; la obsesión casi enfermiza para tomarse la justicia por su mano del detective Choi, al revivir toda la frustración que le dejó el no poder atraparle nunca, así como la interesante reacción de los medios de comunicación y el público en general, con todo un debate alrededor de si es lícito que un asesino confeso pueda campar a sus anchas y goce de total impunidad.
Uno de los mejores momentos en la escena inicial...
Asesino y policía cara a cara...
El arranque no puede ser más prometedor, con un inicio de auténtico vértigo mediante una secuencia que recuerda algunos de los brillantes momentos de un filme como Memories of murder (2003), con 10 minutos magistrales bajo una tenaz lluvia en los que asistiremos a una intensa, desesperada y adrenalítica persecución entre Choi y el misterioso asesino enmascarado. Sin embargo ese tono tan oscuro y espléndidamente filmado (las escenas con cámara subjetiva son realmente notables), entramos en un relato con tramos rodados de forma mucho más convencionales, y que acusa algún altibajo narrativo también. Afortunadamente gracias a ciertos giros sorpresivos del guion logran mantener el suficiente interés para seguir su desarrollo sin problema (debo evitar algunos comentarios que haría al respecto para completar mi análisis, por no desvelar algunas de sus mejores armas). Otro punto que no termina de funcionar son las puntuales persecuciones al volante que cada cierto tiempo toman el control de la película, tan y tan pasadas de vueltas que terminan por desequilibrar una película que podía haber dado para bastante más de haber seguido fiel a sus primeros pasos. Estos momentos de acción desenfrenada son más propios de una saga tipo Fast&Furious (auténticas fantasmadas, pero bastante bien rodadas aquí también, todo hay que reconocerlo) que no del teórico thriller que tenemos entre manos.
Una de esas persecuciones totalmente desfasadas...
La prensa acosando sin ninguna sensibilidad...
La película en términos generales es resultona y funcional, utiliza la historia de fondo del asesino en serie, que tan bien ha funcionado en otras producciones coreanas, para atacar la falta de sensibilidad de la sociedad en general y el sensacionalismo desmesurado que impera en los medios de comunicación, que hacen del "todo vale" su único principio con tal de lograr unas buenas audiencias. De esta forma, sorprende ver auténticos clubs de fans que se desviven por seguir al arrepentido asesino allí donde va, animándole y montando shows como si de una mediática estrella de rock adolescente se tratara. Obviando su turbio pasado, la sangre inocente que mancha sus manos, simplemente por su belleza y carisma. Tampoco se quedan atrás los medios de comunicación, como ya retratara el genial Billy Wilder en El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), que aquí no tienen inconveniente en prestarse al juego del asesino con tal de salir ganando.
El punto de partida es interesante, atisbamos un prometedor duelo particular entre Choi y Lee con muchas cuentas pendientes que saldar, y ambos actores ofrecen un más que correcto papel para hacer creíbles sus respectivos roles. Sin embargo, el hecho de que varios personajes secundarios están poco logrados (algunos de los familiares de las víctimas, por ejemplo) dejan algo huérfana a la cinta en este sentido y junto algunas ligerezas de su guion, no permiten que alcance cotas mayores. Con todo, resulta una propuesta apreciable para pasar un buen rato, pero que por su falta de una mayor consistencia poco después de terminarla puede resultarnos olvidadiza, tendremos que esperar otra ocasión para descubrir otro de esos thrillers coreanos que nos pongan la piel de gallina como The Chaser o I saw the devil, seguiremos buscando...
(Redactado por el único que pone un poco de orden en este blog, Marc Ventura)

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