sábado, 12 de noviembre de 2016

EL GIGANTE DE METRÓPOLIS (1961)

Como ocurrió con la estimulante "Seddok, l'erede di satana" a principios de 1960, en Italia continuaron surgiendo films híbridos de distintos géneros que involuntariamente anticipaban, o acaso ya gestaban, un futuro movimiento relacionado con la plasmación al cine de un nuevo concepto de cómic en el país.
Uno de los ejemplos más representativos fue sin duda "Il Gigante di Metropolis" a finales de 1961, película maldita donde las haya que apenas funcionó en su día y se proyectaba básicamente en sesiones dobles "de género", junto a producciones harto inferiores como "El gladiador invencible" (Il gladiatore invincibile, 1961) o similares.
Programa doble de serie B
Lo cierto es que debido a su extraña heterogeneidad, mezcla imposible entre Péplum (o cine de sandalias) y ciencia ficción kitsch, resulta comprensible que se la etiquetara como tal, pues a buen seguro desconcertó de tal modo que pasó comprensiblemente inadvertida y fue relegada al ostracismo.
Con nuestra mirada actual, el cariño suficiente y sabiendo contextualizar de manera adecuada la propuesta, "El Gigante de Metrópolis" (también conocida como "¡Alerta Metrópolis!") se muestra a día de hoy como una joya a reivindicar con celeridad, que opta, sino acaricia, la categoría de obra maestra.
El responsable de dicha gesta no es otro que Umberto Scarpelli (1904-1980), un cineasta eventual que casi siempre trabajó como segunda unidad o incluso jefe de producción (en el clásico "El Ladrón de bicicletas", nada menos), pero que se prodigó bien poco como autor, con apenas 4 títulos menores en su haber. Sin embargo, el trabajo de Scarpelli no tendría mayor relevancia si no se hubiese rodeado de un equipo técnico y artístico de primer orden, con muchísima experiencia y que elevaron, sin el menor género de dudas, todos los aspectos realmente importantes del film, sobre todo la fotografía y todo el apartado conceptual.

Hace 20.000 años, una avanzada civilización en la Atlántida
El Rey Yotar, convencido de ganar la lucha al orden natural establecido
Situar la acción hace más de 20.000 años en una metrópolis futurista (la Atlántida) liderada por un tirano obcecado con ganar la partida al orden de la Naturaleza gracias a los avances tecnológicos, y con un ejército de "zombis" a su merced (aquí usan el eufemismo "vida artificial"), resulta cuanto menos llamativo.
Si a esto le añadimos a Obro, el hércules de segunda con una misión (el limitado Gordon Mitchell), las obligadas bellezas luciendo escote, conflictos dinásticos, bailes rituales, trampas magnéticas desintegradoras de carne o el inevitable romance exprés, el film se vuelve completamente irresistible. Lo que a priori pueda sonar estereotipado y tópico, acaba siendo todo lo contrario cuando observamos los derroteros por donde transita el film.
Nuestro musculoso héroe, Obros, siendo capturado.
Los cromados rojizos tan característicos de futuras producciones y/o géneros
Perspectivas de cámara nada desdeñables dentro de un planteamiento naïf pero loable.
Nada tiene desperdicio en este inaudito cóctel; experimentos insólitos por surrealistas (el rey maldito Yotar busca trasplantar el cerebro sabio de su padre, vivo aunque momificado, a su pequeño descendiente Elmos, para así crear el discípulo perfecto), orgías de "mentes ausentes" precedidas de extrañas danzas de cortejo los días de luna llena, guerreros trogloditas, enanos de las cavernas, torturas con rayos de luz e incluso discursos acerca del cambio climático, el daño de los avances tecnológicos hacia la vida humana y sus repercusiones en el entorno (con final dramático marca de la casa), convierten a esta "El Gigante de Metrópolis" en una absoluta rareza digna de un serio estudio sociológico.

Un estupendo trabajo de iluminación pone la guinda a un proyecto inusual
El cortejo pre-orgía, un ritual de lo más singular.
No podían faltar esos encantos femeninos que encandilen a nuestro maduro héroe
Acorde con la propuesta, destaca por encima de todo su excelente fotografía de cromatismos magentas y juegos en claroscuro, al más puro estilo Mario Bava, un acertado tono "de viñeta" en su puesta en escena (de nuevo, acercándose a los futuros fumettos, sólo hay que ver el refugio a lo Diabolik del fornido protagonista), una banda sonora minimalista e inclasificable (obra de Trovajoli, al igual que "Seddok"), o unos decorados que, aunque baratos y de singular desfachatez, consiguen crear una atmósfera de irrealidad formidable, como de paraíso atemporal.
Hay quien incluso ha visto en el film la antesala de la serie "Star Trek", de 1966, por las similitudes con las puertas de palacio, la estética del entorno, las vestimentas y uniformes de los mandatarios o sus instrumentales tecnológicos, además de ciertas armas "en pinza" bastante inolvidables.

Escenarios imposibles en un film de lo más especial
Surge el amor entre la hija del tirano y nuestro apolíneo justiciero, dentro de una improvisada cueva-picadero
Nuestro héroe vence por turnos a unos soldados "artificiales"
Lo que sí podemos asegurar es que recoge el testigo de films previos como la citada "Seddok", películas valientes que unen géneros de naturaleza bien distante (péplum, sci-fi, épico, aventuras o incluso horror), creando una mixtura entre fantasía y surrealismo teñida de romántica heroicidad. Todo un acontecimiento para el cine de los 60, por su originalidad, asumida ingenuidad y poderío visual, y con una irresistible moraleja donde el Amor, es la verdadera fuente de vida.

La fotografía tiene una importancia más que evidente en el film

Del desmayo y rescate, al catre. Un pre-Diabolik en todo su esplendor

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