lunes, 13 de octubre de 2014

FESTIVAL SITGES 2014, DÍA 5 : MAPA DE LAS ESTRELLAS, JAMIE MARKS IS DEAD, GOODNIGHT MOMMY, NO TEARS FOR THE DEAD

El David Cronenberg que muchos seguimos añorando, aquel amante de la carne y las transformaciones físicas aberrantes, ya fueran terrestres o alienígenas, definitivamente ha muerto. Ni rastro queda ya del cineasta transgresor que llegó a parir, y nunca mejor dicho, diversas obras maestras del género fantástico como Videodrome, Cromosoma 3 o La Mosca.
Su cine ha mutado y el canadiense se ha sabido adaptar a la industria que a todos absorbe tarde o temprano, el meloso mainstream (corriente popular). Ahora, como si de una víctima de una de sus propias metamorfosis se tratara, concibe el cine desde una óptica mucho más segura, ácida si se quiere, violenta en general, pero muy lejos ya de sus discursos originales, cargados de personalidad y toneladas de ideas propias.
Sin ánimo de desconsiderar su reciente trilogía junto al trotamundos Viggo Mortensen, lo cierto es que Cronenberg ha perdido su influjo, convirtiéndose en un arquitecto más de películas del Hollywood actual. Con talento, sí, pero sin el sello personal que lo diferenciaba del resto.
Desde su irregular apuesta en 2013 con Cosmópolis, ahora el canoso cineasta parece haberse "enamorado" fílmicamente del nuevo rostro de moda, el "crepusculero" Robert Pattinson. En su nuevo film, "Maps to the Stars" (en clara alusión al debatible tour por las mansiones de los famosos por Los Ángeles), de nuevo cuenta con la presencia del actor británico, y de nuevo lo mete en una limusina.
La diana de Cronenberg esta vez está envenenada pero no es letal, pues su crítica se lanza desde una distancia prudencial, es decir, sin llegar a morder la mano que le da de comer, reflejando el tremendamente frívolo ambiente que rodea Hollywood pero sin enfadar a nadie.

Julianne Moore observando las feas lesiones en el rostro de Mia
La galería de personajes que conforman el film es extenso y coral, y como no, repleto de caras reconocibles. Así pues tenemos a una actriz en decadencia que ansía, caiga quien caiga, el papel que la redescubra (una Julianne Moore estupenda pero tampoco genial). A una chica de Florida con quemaduras en su cuerpo (Mia Wasikowska) que viene a trabajar en casa de ésta por cortesía de Carrie Fisher (...).
A un niño supuestamente prodigio del todo intratable, los padres infelices del mismo y un joven chófer con un sueño (el pobre Pattinson, aquí esforzándose para evitar su fuerte acento británico).
Esta troupe y sus cómodas pero desastrosas vidas son el caldo de cultivo para retratar la creciente infelicidad en las colinas de la fama, la hipocresía más detestable (gran momento cuando Moore se encuentra cara a cara con la guapa y joven actriz que le roba el papel), o la pérdida de la identidad personal, pues importa más aparentar que disfrutar (la casa de Cusak, por ejemplo).
Pattinson apagando el fuego de Moore dentro de la limusina
Un mensaje válido e interesante pero contado sin la fuerza necesaria, ya sea porque nos lo muestran desde la perspectiva errónea (un hipócrita Cronenberg que obedece a esos mismos patrones que satiriza) o bien porque la historia se come por completo la puesta en escena, que no pasa de telefilm y contiene muy pocos aciertos propios de su talento tras las cámaras.
En definitiva, una film menor en la filmografía del canadiense, que se tolera (algunos incluso la disfrutarán algo) y que demuestra un buen equilibrio entre sus elementos dramáticos y cómicos, pero que no hubiese gozado de tanto ruido, ni mucho menos, si su director no se llamase David Cronenberg.
(Redactado por Jesús A.)

Apoyándose en una novela corta de Christopher Barzak, el guionista y director ocasional Carter Smith (apático en su presentación, todo sea dicho) concibió su particular film de esencia independiente Jamie Marks is Dead, que estrenó anteriormente en Sundance y ahora ante el exigente público del Auditori.
Bajo un tratamiento de la fotografía entre tonos grisáceos, turbios y tristes creando una atmósfera deprimente, Smith narra la historia del citado Jamie, aparecido cadáver en la orilla de un río, cerca de un pequeño y frío pueblo americano.
Nadie en el lugar pareció conocerle apenas; nadie es capaz ni de recordar alguna anécdota vivida con el joven y tímido Marks, que pasaba del todo inadvertido hasta por sus compañeros de instituto. No obstante, lo que no consiguió en vida, Jamie lo logrará siendo fiambre, pues su trágica desaparición suscitará la curiosidad de dos estudiantes, Adam y Gracie, previamente enrollados, que se sentirán en parte culpables de su terrible fallecimiento. ¿Suicidio?, ¿asesinato?, ¿accidente?, ¿qué fue en realidad lo que mató al desconocido chico?.
La conexión obsesiva se vuelve cada vez más real entre los alumnos, tanto, que empiezan a ver al fantasma del muchacho, pudiendo hablar con él e incluso con otros fallecidos, atrapados a medio camino entre este mundo y el del "más allá". La amistad, los deseos redimidos e incluso una extraña forma de amor (de hecho, no tan extraña), brotará en los tres estudiantes de maneras bien diferentes.

Un sugerente pero engañoso plano abre el film, que pronto se diluye de emoción
Atraído por ese argumento de índole fantástico con crimen de por medio y sumado a su reciente buena prensa en Sundance, me decidí a marcar Jamie Marks is dead en mi agenda del Festival. Craso error.
Bien podría ser el film que menos disfruté de todo el certamen, ya sea por sus aburridísímos diálogos entre susurros, su espesa y vacua puesta en escena o su exasperante uso de la narrativa cinematográfica, a caballo entre la pedantería y la soberana estupidez.
Los insufribles "amiguitos"
Todo parece fingido en el film, desde sus actorcillos de segunda (Jamie Marks es directamente Harry Potter)  a su fallida melancolía en general, por no hablar de las relaciones humanas retratadas, pura mentira sin escrúpulos.
Ni el desarrollo de la historia ni mucho menos el final están a la altura de la premisa, que sólo se sostiene hasta que aparece en escena el absurdo ectoplasma, poco menos que un despropósito insalvable.
Una jugada fallida por parte de Carter Smith, únicamente destacable por su tratamiento fotográfico, que quizás no le sirva a él para aprender la lección, pero al menos a nosotros sí. "Nunca máis".

(Redactado por Jesús A.)

La siguiente cita en el Auditori nos llevó a ver la película austriaca Goodnight mommy, dirigida por Severin Fiala y Veronika Franz. Como curiosidad, durante la presentación que nos hicieron, explicaron que se conocían desde muy jóvenes, pues Severin le hizo de canguro en varias ocasiones, mientras aprovechaban para devorar las películas en VHS que los padres de Veronika le regalaban como pago por sus servicios. Quien sabe si alguna de esas sesiones cinéfilas les ayudó a pensar en la inquietante historia que ahora nos presentan.
El título original “Ich seh, Ich seh”, en alemán significa “Veo veo”, muy acertado y que todos los que hemos visto el film comprendemos a la perfección. Antes de meternos de lleno en la película, la intro ya es más que inquietante, con una escena del canto de una canción infantil que nos retrotrae a una imagen propagandística con aires nazis, dando de entrada muy mal rollo.
Dos hermanos gemelos, Elias y Lukas -nombre real de ambos niños también-, reciben con recelo el regreso a casa de su madre tras someterse a una operación de cirugía estética (interpretada magistralmente por Susanne Wuest), el carácter arisco, un cambio en su personalidad  y ciertas imposiciones dictadas por la recién llegada, les llevará a dudar de que quien se esconde realmente bajo las vendas sea su madre. Si bien en un principio los chicos le siguen la corriente sometiéndose a sus demandas, poco a poco la desconfianza va arraigando en ellos hasta tal punto que deciden ir mucho más allá de lo que parece que no pasará de las típicas tensiones materno-filiales, tomando un tono cada vez más siniestro.


Mal rollito... la desconfianza mútua ha arraigado
La incomodidad de la situación va in crescendo, con la firme decisión de los niños a poner a prueba a la que teóricamente es su madre, llegando a la tortura con los elementos que todo niño tiene a mano en su casa, como puede ser un mero pote de pegamento, una lupa o algún insecto que ha podido atrapar en el jardín, generando toda una serie de escenas violentas, desagradables e incómodas. La "violación" de los lazos afectivos con la madre no hacen sino acentuar la sensación opresiva y tensa que se respira en la casa, pudiendo recordar de alguna manera a Funny Games de Haneke, agravado aquí porque no se trata de unos desconocidos quienes dañan a un miembro de la familia, sino los propios hijos.
Muy bien narrada y dirigida, con una puesta en escena fría con la casa perfecta como telón de fondo, el film logra que nos debatamos a lo largo del metraje sobre quien es aquí la víctima, pues en un principio los niños parecen sufrir los abusos de una mujer desequilibrada incapaz de comportarse como presuponemos en una madre; mientras que con el paso de los minutos esa realidad se empieza a desvanecer y los niños pasan a ser los dominadores crueles de la escena; y las películas con niños sádicos dan miedo y si son gemelos dan terror...
Una de las mejores sorpresas que nos hemos llevado a lo largo de todo el Festival y que no dudamos en recomendaros.
(Redactado por Marc Ventura


Lee Jeong-beom en el año 2010 rodó uno de los mejores films del año en Corea con The man from nowhere, un duro thriller que ahondaba en un tema tan escabroso como el tráfico de órganos y secuestros de menores, aderezado todo ello por un luchador implacable decidido a salvar la vida de una pequeña con la que había entablado amistad. Por lo que desde que en la programación del Festival apareció su siguiente obra, quedó irremediablemente apuntada en mi agenda personal.
Así pues, cuatro años después nos llega otro thriller con No tears for the dead, donde un asesino a sueldo llamado Gon, es enviado a recuperar una información que está a punto de ser vendida a unos rusos y que podría comprometer a su cliente. Sin embargo, en plena misión y por culpa de la intensidad del momento, cometerá un error al matar accidentalmente a una niña, además de no poder hacerse con la información requerida. Cuando su cliente le exija que elimine a quien parece tener los datos tras su primer intento, Gon verá que su nuevo objetivo es la madre de la pequeña, creándole un debate interior entre su profesionalidad y los remordimientos que arrastra.
Si bien la premisa no puede ser más prometedora, hay que decir que el resultado final no llega a la altura de lo esperado y mucho menos se puede comparar con su trabajo anterior. A pesar de ser una producción coreana, parece muy enfocada a su exportación al tomar ciertos clichés del cine de acción y thrillers hollywoodienses. Este hecho hace que la mixtura no termine de satisfacer al público, como un servidor, que busque un producto genuino puramente coreano.



Aun teniendo algunos aciertos parciales: la primera escena con la llegada del objetivo a un restaurante, la aproximación de Gon hacia ellos y el posterior tiroteo hasta la muerte de la niña, están francamente bien rodados y planificados. Asimismo otros momentos de lucha como en el piso del hacker y algún que otro cuerpo a cuerpo, tampoco desentonan y tienen una intensidad remarcable.
¿Así pues dónde reside el problema? Para empezar en la excesiva esquemetación de los personajes y el poco desarrollo en su relación. Mientras que en The man from nowhere el director se tomaba la molestia de trabajar a lo largo de no pocos minutos el día a día de la niña con quien sería su fururo salvador; aquí se da por hecho que sobreentendemos que tras la muerte accidental, el asesino va a empatizar sí o sí con la madre y que esta deberá importarnos sin apenas tiempo para presentarla. Se abusa de escenas donde se intenta hacer bien patente los remordimientos del asesino y justificar sus siguientes pasos.
Se excede de un recurso tan moderno como irritante como es el uso continuo del móvil -tal vez las nuevas generaciones estén encantadas con ello-, ya sea para comunicarse entre socios, entre rivales, descubrir a algún enemigo oculto por culpa de una sinfonía a demasiado volumen y todas las variedades que uno pueda imaginar; ya basta, por favor.
Otro detalle que apunta a su exportabilidad es el hecho que una parte de los personajes pasen a hablar inglés, ya sea porque son coreanos con mucho mundo o asesinos implacables venidos de todas partes para cumplir su misión; quedando a veces un tanto forzados según que diálogos. Y uno de los cambios que más daño le hacen a la película es el excesivo uso de armas de fuego, con mucho tiroteo - bien rodados, eso sí- en contraposición con el siempre habitual y resultón uso de las armas blancas -martillos, palos, bates, etc...- en las producciones coreanas.
Un thriller de puro consumo que no quedará grabado en nuestras retinas mucho tiempo, pero que aun así supera con creces el equivalente producto americano y no tiene un final sonrojante como el mainstream yanki habría dictado.
(Redactado por Marc Ventura

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