miércoles, 29 de agosto de 2012

DEATHSTALKER 3 (1988)

Segundo e inmerecido mancillamiento de la cada vez más estimable Deathstalker, que vuelve a recuperar al héroe de marras para meterlo de nuevo en una historia con princesas (ya basta, no puedo más) y brujos malvados que no son tan malvados a fin de cuentas.
En esta tercera entrega, nuestro aguerrido "Distalker" (así lo pronuncian en el doblaje castizo al menos), será requerido por la princesa Carissa para que proteja una joya (una piedra de los chinos) que, unida a su otra mitad, puede desvelar el paradero de la ciudad perdida de Erendor, cuyo reino parece ser que le pertenece (surgen muchas preguntas, pero es lo de menos, creedme).
Como ya os hacéis una idea, la otra mitad del cristalito está en manos del malvado hechicero Troxartas, que como punto novedoso, pretende hacerse con los servicios de un ejército (en realidad son unos cuantos nada más) de no-muertos.
Tras la muerte de la princesa Carissa (pésima esa toma, por cierto), el apuesto Distalker se topará con su hermana gemela Elizena (se les acaban las ideas al grupito de guionistas), y como es natural en este tipo de situaciones, harán gala de una relación amor-odio del todo despreciable.
El punto bígamo del fornido Conancito vendrá cuando éste se lo monte también con una extraña jovencita de las montañas, que vive con su cansina madre y solo se alimenta de patatas (si amigos, hay mucho humor en este engendro).
El mago Troxartas en cuestión (una mezcla entre Pepe Viyuela y Michael Ironside), también ansía dominar Erendor, por lo que comenzará una lucha encarnizada por unir las joyas, aunque para ello deba traicionar a su dulce y ardiente compañera Camisarde.
El film, apodado también "Deathstalker y los guerreros del infierno", sufre los mismos inconvenientes que sus anteriores entregas (precariedad de medios, pobreza de guión, pésimas coreografías), aunque con pequeñas diferencias. De entrada, el nuevo Deathstalker John Allen Nelson, transmite empatía y le sienta bien su personaje, dentro de los límites propios de una cinta de serie C.



Su cara nos es familiar debido a una numerosa participación en series de TV (desde CSI, pasando por Mentes Criminales hasta llegar a Anatomía de Grey), y sufre una extrañísima similitud con el actor David Hasselhoff, tanto a nivel de actuación, tics personales e incluso comparte voz en su doblaje en castellano, una serie de coincidencias que me tienen perplejo (además, coincidieron en El Coche fantástico).
Sus escenarios continúan siendo del peor cartón-piedra, cierto, pero como mínimo es la única filmación que no reutiliza el stock de sus anteriores entregas (también porque está rodada en México esta vez, y no en Argentina) y ofrece un cuidado de la fotografía muy por encima de sus previas.
Si bien es indiscutible que sigue empachando con sus batallitas de recreo y sus interminables saltitos en los combates (todos buscando la pose), también lo es el hecho de que tiene un final agridulce, algo inédito en la saga, donde todo solía acabar con perdices (a ver qué me depara la cuarta).
Lamentablemente, su sobriedad argumental se debilita de tal manera que acaba resultando aburrida y algo tediosa, por no decir excesivamente lenta (a veces se nos olvida que es una cinta de aventuras).
Ni tan siquiera la aportación zombie satisfará nuestras expectativas, pues son un grupito de resucitados en plena forma física y mental (respetando sus edades, lógicamente), sujetos simplemente a una condena de su alma en un frasco (ejem..).
Así pues, esta tercera entrega dentro de la tetralogía Deathstalker eleva insuficientemente el nivel de su predecesora pero sigue defraudando enormemente, tanto por su falta de personalidad como por su desidia coral (excepto el actor principal, que se salva). Además, su nivel de calentura baja alarmantemente, lo que defrauda de manera muy significativa al aquí presente, que se ha quedado sin su festín esperado.

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