viernes, 7 de octubre de 2011

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (1950)

La octava película del gran Billy Wilder obtuvo críticas dispares en Estados Unidos debido a que atacaba de frente y sin temor al mundo del cine; más concretamente a esas estrellas tan olvidadas y maltratadas por el business que acaban siendo prisioneros de su propia fama y viven anclados en el recuerdo de lo que llegaron a ser, sin vivir el presente.
Es el caso de nuestro personaje principal, una actriz de cine mudo llamada Norma Desmond que vive fuera de la realidad en una inmensa mansión con su fiel mayordomo Max, y que continua con esa ingenua esperanza de su ansiado regreso cinematográfico, pese a tener casi 50 años y no llegarle ninguna oferta.
Paralelamente, el joven Joe Gillis se nos presenta como un escritor de poca monta que malvive en Los Angeles y que cierto día, huyendo de unos acreedores que le quieren embargar el coche, se esconde en la mansión de Norma. Tras colarse en la casa, descubre que la actriz posee una fortuna muy sustanciosa y que además, está dispuesta a remunerarle por ayudarla en un guión en el que lleva tiempo trabajando y se supone significará su tan ansiado y pletórico regreso al cine. Sin saber muy bien de qué manera, Joe se verá atrapado en aquella mansión más tiempo del previsto, haciendo prosperar involuntariamente una relación con la Desmond que le acarreará más problemas dentro de su ya tortuosa vida.
Hacer mención directa al trabajo de Gloria Swanson como la señora Desmond sería lo justo, ya que su actuación es desproporcionalmente mejor de la de cualquier otro en este film. Su manera de interpretar a una actriz retirada de cine mudo resulta brillante, con ese toque melodramático en su manera de gestualizar y sobreactuando muecas que resultan sencillamente espléndidas. Tal fue la incursión de la actriz en su papel que, según palabras de su propia hija, se llevaba el personaje a casa y actuaba así todo el día, sin dejar el papel de Norma tras oír la claqueta. Fue nominada al Oscar pero se le escapó; una lástima, ya que personalmente considero memorable su caracterización, digna de todos los elogios. Su partenaire Joe Gillis (William Holden) aporta una necesaria ración de cine negro dentro de este drama con tintes cómicos (sólo hay que ver el llorado funeral del chimpancé...¿!!!?), que por supuesto y es costumbre, también tiene cabida en esta magnífica película de Wilder. La aportación de Holden al film es más sutil, transmitiendo esa moderación tan típica del film noir que contrasta fantásticamente con la mímica expresionista de la Desmond, pero sin llegar a desprender el carisma de su compañera de reparto. También fue únicamente nominado a los premios de la Academia, esta vez, un acierto no recibir el galardón.
Hay decenas de anécdotas dentro de esta espléndida película, pero me quedo con un par de ellas dignas de mención. En su primera proyección, Billy Wilder comenzaba el film con un Joe Gillis asesinado y etiquetado en la morgue que despierta y comienza a hablar con sus compañeros muertos sobre cómo habían acabado allí, dando pie a explicar desde ahí su historia en voz en off. Al ver la reacción adversa del público ante tal propuesta, decidió cambiarla y comenzar con su cadáver flotando en la piscina, también con su voz en off. Una lástima, hubiese podido ser una escena memorable y simpática, aunque tal vez demasiado cómica teniendo en cuenta el tono general del film. En todo caso, dió lugar a la escena de la piscina, donde se utilizó un truco tan sencillo como eficaz. Filmar un espejo situado en el fondo de la piscina que daría la sensación de estar viviendo la escena desde el fondo de la misma, consiguiendo un resultado de lo más sorprendente sin sumergir ninguna cámara.
Debo confesar que la película no tiene desperdicio alguno, que se respira profesionalidad en todo momento y que puede que sea el trabajo más logrado del maestro Wilder, ya que hizo temblar los cimientos del Hollywood coetáneo hasta casi desmoronarlo con su acidez crítica.



La presencia de personalidades del cine mudo es de agradecer, con unos anecdóticos Buster Keaton, Anna Q. Nilson o H.B. Warner, todos compañeros de bridge de la señora Desmond. También el director Cecil B.DeMille hace su aparición de manera curiosa además. Wilder irrumpió el rodaje de Sansón y Dalila (que se estaba realizando realmente por aquel entonces) para filmar su parte, quedando para la posteridad una secuencia muy singular. La Desmond visita el set de rodaje donde DeMille está rodando, y en un momento de espera, se le acerca un micrófono junto a su cabeza que ella aparta enérgicamente como si de un bicho repugnante se tratara, aludiendo al cine sonoro que ella tanto detesta. El momento con el chimpancé que antes he mencionado resulta tan enigmático que lo único que se sabe al respecto fue el comentario que le hizo Wilder a una mujer que se atrevió a preguntarle acerca de eso. Según palabras de su biógrafo, el bueno de Billy le dejó muy claro que lo que hacía la Desmond con el chimpancé era puramente sexual, consiguiendo que la imprudente señora saliera huyendo despavorida tras la respuesta.
La nota negativa que podría extraer de la película sería la poco conseguida relación de nuestro protagonista con la correctora de guiones y algún que otro giro del todo suprimible en mi opinión (el pasado de Max con Norma por ejemplo).
En su momento, se le ofreció el papel de Holden a Montgomery Clift, que lo declinó porque en esa época vivía una relación con una actriz retirada muy similar al guión de la película, con lo que su interés fue nulo.
En definitiva, una película extraordinaria que eleva al gran Billy Wilder a la cima del cine, atemporal e incunable como pocos. Además, su duración no es una tortura, como a veces le sucedía.

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