viernes, 1 de julio de 2011

EL PRÍNCIPE DE LAS MAREAS (1991)

Basado en la novela homónima de Pat Conroy (también guionista del film), esta versión al celuloide de "El prícicpe de las mareas" posee suficientes ingredientes de calidad para provocar nuestros aplausos y captar toda nuestra atención.
Para empezar, cuenta con una espectacular y desbordante interpretación de Nick Nolte, que generalmente me suele transmitir bastante indiferencia (no es santo de mi devoción) pero que aquí no tengo más remedio que alabar su trabajo y confesar mi admiración por su excelentísima caracterización de sureño norteamericano (él es natural de Nebraska, así que el cambio en el acento es brutal). Desafortunadamente no puedo decir lo mismo de su compañera de reparto, Barbra Streisand, que se muestra claramente inferior en su labor actoral.
La historia comienza con la presentación de un entrenador de fútbol americano, Tom Wingo, que debe viajar a Nueva York por petición expresa de la doctora que trata a su hermana, tras varios intentos de suicidio por parte de ésta. Lo que pretende Susan, la psiquiatra (Barbra Streisand también asumiendo el cargo de directora), es descubrir posibles traumas pasados que le ayuden a mejorar la salud de su paciente, evitando posibles recaídas que podrían resultar fatales.
El rudo carácter sureño de Tom choca con la sofisticación de Susan al principio, pero de una manera casi involuntaria ambos comienzan a descubrirse como dos almas desconsoladas y tristes llenas de complejidad en sus respectivas vidas. La entrada de Tom en los círculos familiares de Susan impulsará un cambio importante en sus trayectorias, y llegarán a confundir el verdadero amor con la irrefrenable pasión inicial y lo que en realidad les importa a cada uno. Un largometraje honrado y sofisticado que muestra una relación complicada llena de matices y momentos comprometidos, ya que sus confesiones resultan tan amargas y sinceras que salpican la cámara y nos meten en sus trastabilladas existencias.
La película encierra enormes posibilidades y amplios enfoques para debate, amén de presentarnos una adulta y sensata relación llena de sentimientos que en absoluto cae en niñerías, siendo completamente recomendable.
La química entre la pareja protagonista la desprende sólo él, pero resulta tan fuerte que la arrastra y la hace creíble a ella, hasta ahí llega su poderosa creación actoral.
Haciendo mención pues a esa desbordante personalidad, comentaré que gracias a Dios, en él recae el peso de la película, y eso la convierte en lo que es, y no en lo que podía haber sido (un Richard Gere aquí la hubiera destrozado sin remedio).
Estamos pues ante una película de trazo fino, con una estructura limpia y ordenada que bien seguro nos llegará dentro, de una manera o de otra, pero que nos perfora un poco a todos.
Eso son motivos más que suficientes para olvidar ciertos reproches argumentales algo plomizos, o de insignificante emotividad que se le puedan achacar, porque sin lugar a dudas, estamos ante un caso extraño de película que rezuma sensatez y sobre todo, buenas intenciones.
Reconfortante comprobar además que su desenlace final no obedece a ningún cliché y su intención no es ni mucho menos el happy end, hecho que siempre agradeceré. Lástima por la Streisand, que sino, hablaríamos de una pedazo de obra de culto. Su labor en la dirección es sencillamente aceptable, y le perdonamos la incursión con calzador de su verdadero hijo en el rol de... su hijo. Vaya nepotismo se respira...
Sus numerosas nominaciones a los Oscar de 1991, un total de 7, demuestran la calidad del proyecto, que pese a ser una de las gran perdedoras de ese año (ningún premio), fue sobradamente reconocida. Tan sólo el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins le pudo arrebatar la estatuilla al prodigioso trabajo de Nolte.

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