jueves, 9 de junio de 2011

LA BARBERÍA (2002)

"La Barbería" narra un día en la vida de Calvin (Ice Cube), un tipo de Chicago que ha heredado el negocio de su padre y está cumpliendo ese oficio sin demasiado estimulo personal. De hecho, con las deudas hasta el cuello, acepta la oferta de un usurero de barrio y vende la barbería para poder dedicarse al mundo de la música, un intento más de hacerse rico sin mucho esfuerzo. Es ahí cuando descubrirá la importancia del local, sus valores más profundos y el significado que tiene en sus empleados, en sus clientes y para su familia, entendiendo porqué su padre sigue siendo un referente en el lugar.
No sólo es un sitio donde cortarse el pelo o afeitarse la barba, es el punto de reunión de variopintos personajes, cada uno con sus problemas y reflexiones, dando lugar a densos contrastes sociales que enriquecen sus criterios personales y cambian a las personas completamente.
Un viaje cinematográfico sencillo pero que invita al debate, donde chocan generaciones, ideales, principios éticos y comportamientos sociales, enseñándonos diferentes visiones de un mismo dilema, y siendo de agradecer sus anchas miras, no centrándose en el tópico caso del racismo, apenas mencionado. Un reparto básicamente de comunidad negra, con un Ice Cube a la cabeza actuando sin pena ni gloria, que encarrila el argumento en una dirección, el descubrimiento de los valores fundamentales y la lucha diaria por salir adelante en un barrio duro de una ciudad complicada.
Lo cierto es que detrás de situaciones interesantes (las lecciones de Eddie, con un Cedric the Entertainer de lo más acertado y envejecido) se esconden escenas algo más soporíferas en según que momentos, como el problema del zumo de manzana o el caso del policía en busca de su sospechoso. Pese a esas piedras en el camino del guión, sus pretensiones son alabables y su intencionabilidad resulta estimable, ya que aún siendo para todos los públicos, no está exenta de cierta crítica social muy bien avenida.
Con esas dosis de drama salpicado de comedia consiguen al acabar su visionado una sensación de final feliz bastante irritable, políticamente correcto y siendo pasto de sus propios dilemas, que hubiésemos agradecido (me imagino que todos) un desenlace más oscuro y con menos arreglos para todos los públicos.
Bien podría trasladarse a un bar, a un establecimiento de cromos o como ya hizo en su día Kevin Smith, a un video-club, que el mensaje sería el mismo y su puesta en escena idéntica.
Tuvo una secuela que disfrutó de menos alabanzas críticas y que con el tiempo (cuando recupere las fuerzas que he perdido con ésta) tal vez, visione.


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